Entre Ilusión Y Culpa
Dicen que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción. El viernes 15 de marzo me sentí muy revolucionaria, pues iba en camino al Palacio de Gobierno a protestar por primera vez en mi vida. Me imaginaba caminando entre un tumulto de más de mil personas proclamando “¡no podemos respirar dinero!” y echándole a todos los políticos por no hacer nada para salvar nuestro planeta. Así no fue. En realidad me encontré gritándole al aire desordenadamente, tratando de agarrar el ritmo de tres o cuatro chavas que parecían estar al frente de esta manifestación de 60 personas. Muy pronto mi ilusión de esa mañana desvaneció.
El propósito de la protesta mundial contra el cambio climático liderada por la adolescente sueca Greta Thunberg fue presionar a los gobiernos a actuar. De lo que supuestamente fue una propuesta noble, surgió el plantón patético del 15 de marzo en Monterrey. Fue una pena ser una joven regia esa mañana. Pararse frente a un edificio gritando rimas ambientalistas no tiene nada de revolucionario. ¿Cambió algo? No. ¿Nos escuchó el Bronco? Probablemente tampoco.
Me enteré de esta manifestación pocos días antes de que sucediera. Se me hizo fácil atender, según yo para demostrar mi interés hacia el problema ante las autoridades y “¡cambiar el mundo!” Al regresar ese día me di cuenta que fue más bien mi remordimiento el que me llevó a la Macroplaza ese día. Me sentía culpable por no hacer un esfuerzo en mi vida para mitigar esta crisis global. Tomar cuatro horas de mi día para protestar fue un escape de la responsabilidad que he estado ignorando. No funcionó. Con cada grito me sentía más escéptica de lo que estaba haciendo, y consciente de lo que no.
No es ningún secreto que la Tierra se está muriendo, y nosotros con ella. Lo notamos los días que no logramos ver nuestras montañas. Cuando sí las vemos, nos percatamos de que su abrigo verde está cada vez más carcomido por una plaga de concreto. Sería ideal si tuviéramos el apoyo del gobierno para reformar la cultura ambiental, pero no se necesita. Al final, las revoluciones empiezan fuera de este, con lo que uno hace y cómo, con quién, y con cuántos lo comparte. Seguramente tomará más de cuatro horas, pero esas no serán en vano.